“Hemos llegado a una etapa en que el camino se bifurca con rumbos definitivos. O habremos de declararnos incapaces de perfeccionar el régimen democrático que radica todo entero en el sufragio o hacemos otra Argentina, resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de intereses transitorios que hoy significaron la arbitrariedad sin término ni futura solución”. Estas son palabras del presidente Roque Sáenz Peña, pronunciadas ante el Congreso, al presentar la ley que sería recordada por su apellido y que, a partir de 1912, consagraría el voto secreto y obligatorio, dejando atrás las prácticas fraudulentas que marcaron los procesos electorales hasta entonces.
Alberto García Hamilton, periodista uruguayo afincado en Tucumán, vislumbró que la dinámica institucional que se avecinaba requería un periodismo distinto, independiente de las férulas ideológicas y económicas que lo habían sostenido y condicionado hasta ese momento. Un sistema apoyado en una elección popular, libre de presiones y distorsiones, para definir el rumbo de un país, necesitaba un debate colectivo previo sobre las grandes cuestiones de la nación que lo constituye. Ese debate, a su vez, precisaba un periodismo vigoroso, apoyado en el acompañamiento de un número significativo de lectores. Un periodismo que identificara los temas que merecen un lugar en la agenda de discusión, que sintonizara adecuadamente las preocupaciones ciudadanas y que chequeara y expusiera los principales hechos de la comunidad.
Cartas de lectores: Cumpleaños de LA GACETAA las dos de la tarde de un 4 de agosto helado y neblinoso, 400 ejemplares de un nuevo periódico se entregaron a un puñado de canillitas que los vendieron a cinco centavos cada uno. Todas las notas de esa edición inaugural fueron escritas por los periodistas con lapiceras de pluma y llegaron a los tipógrafos que compusieron todo el número letra por letra. A las cuatro de la tarde, Alberto García Hamilton volvió a su casa sin sospechar la magnitud del prodigioso artefacto que había puesto en marcha y que acompañaría a la provincia que había elegido para vivir, más allá de su muerte y del siglo que estaba todavía en sus inicios. A lo largo de más de 40.000 ediciones daría cuenta de los acontecimientos que jalonan una historia que se define, en buena medida, por el diálogo comunitario.
Un medio periodístico implica hoy una proeza técnica. Cada día debe reunir, en su edición impresa y/o en su edición online y en diversas plataformas en la web, un conjunto de textos, fotos, audios y videos. LA GACETA publica, diariamente, más de un centenar de notas. Unas 100.000 palabras, la cantidad que alberga un libro promedio. Con ellas intenta reflejar los aspectos relevantes del quehacer cotidiano, atendiendo las urgencias informativas que demandan las audiencias, cumpliendo con los protocolos de chequeo y encontrando, en cada caso, las narrativas adecuadas para capturar la atención de una media de 300.000 usuarios diarios en internet, a los que se suman decenas de miles de lectores y espectadores de la edición papel y LG Play. La magnitud y el vértigo propios del flujo periodístico generan una aproximación a los objetos analizados inevitablemente provisoria y perfectible. El periodismo es siempre una versión beta de un abordaje a la realidad que se construye, minuto a minuto, con el procesamiento en tiempo real de las noticias, siguiendo los estándares profesionales que garantizan un compromiso con la búsqueda de la verdad. Esa bitácora viva del viaje histórico de nuestras sociedades es recompensada con la fidelidad de las audiencias, en el largo plazo, cuando el medio logra tomar el pulso de la sociedad en la que se desarrolla, detectando las tendencias que anuncian los cambios profundos que la determinan.
Cartas de lectores II: Cumpleaños de LA GACETA IIEn este 2023, en la celebración de los 40 años de una democracia marcada por incontables tropiezos, renovamos la apuesta a ese mecanismo tan imperfecto como extraordinario. La apuesta se apoya en la convicción en que una enorme masa heterogénea puede instrumentar un proceso decisorio apoyado en la opinión de cada uno de sus componentes para determinar su destino. Esa convicción supone que algunos integrantes de ese conjunto se encargarán de compartir, a través de una orquesta coordinada de observadores, un conjunto de fragmentos que compongan un fresco representativo de los aspectos sobresalientes de la realidad. Y que la corrección de las disfuncionalidades de la circulación de ideas e información se logrará con un mayor flujo de estas y no con su restricción.
Los desafíos de hoy reciclan los de ayer y suman perspectivas inquietantes. Juan Bautista Alberdi imaginó que la prensa, en tanto presupuesto de la conversación democrática, requería una garantía frente a la regulación legislativa, que quedó consagrada en el artículo 32 de nuestra Constitución. En estos tiempos, tenemos reguladores fácticos del acceso a la información de los ciudadanos en un ecosistema digital que atraviesa nuestras vidas. Se determina con ecuaciones algorítmicas opacas la visibilidad de los contenidos, se multiplica la circulación de falsedades, se reemplaza progresivamente la descalificación por el cotejo de ideas, y una consecuente polarización impregna peligrosamente a nuestras sociedades. El valor de la verdad está en crisis. Crecen los públicos que prefieren ser confirmados y no informados. El resultado es un debate empobrecido, con monólogos paralelos y referencias lógicas frágiles, contaminado por sesgos e intolerancia, con miradas fragmentadas y miopes frente a lo sustancial.
Un esquema armónico de convivencia, dentro de una sociedad plural y libre con caminos razonables de articulación de intereses y resolución de conflictos, requiere información verificada y compartida para forjar consensos y, sobre ellos, un rumbo común. Nuestra calidad institucional está íntimamente vinculada a la calidad de nuestra conversación en sociedad.
Debemos fortalecer, entre todos, con un debate más lúcido, comprometido e intenso, esa democracia incipiente de 1912 que derivó en la democracia debilitada de hoy.